En uno de mis viajes al Sáhara, cansado de ver la desesperación de sus habitantes, escribí una carta a modo de despedida. Como pasado el tiempo sigue vigente su contenido, os la dejo aquí por si alguien está aburrido y quiere leerla.
CARTA
DESDE EL DESIERTO
La noche se hace interminable, el frío
entra por todos los rincones.
Su pies descalzos, su ropa, la
imprescindible, parece no dar cuenta de su sentimiento al helado viento
traicionero.
La noche profunda con su silencio
silbante y dulce, va transcurriendo entre conversaciones, mantas y una taza
caliente de té.
¿ Para qué terminar la noche si
después viene la mañana?
La noche va profundizando y el “ Alba”
no llega.
Que tristeza no saber distinguir, en mis sentimientos, el día de la noche.
La oscuridad va sufriendo su desgaste,
la madrugada entra y el sueño se te enrola y no te deja.
¡ Bendita madrugada que hace del
olvido un sufrido descanso, un momento para olvidar, un momento para dejar de
sufrir, un momento para penetrar en mis sueños!
Llegó el “ Alba”. La inmensidad se
abre ante mis ojos, no hay donde esconderse; su resplandor va penetrando y la
sombra deja paso a la luz.
Nuevamente tomamos el té, conversamos
y esperamos.
Todo parece detenerse.
No hay hora para comer, dormir, descansar...
Todo es un mismo tiempo y un mismo
lugar.
¿ Cómo saber cuál es uno y cuál es
otro?
El tiempo pasa, los años transcurren
muy lentamente. Ya van siendo muchos, muchos tés, muchas noches, muchas
madrugadas y muchas “ Albas”.
Un “DÏA”, ya cercano en su corazón y
lejano en el tiempo, acecha.
Ese día romperá la noche y saldrá la
mañana.
El llanto no será pena, la pena será
alegría, la arena aguas saladas, el frío viento de madrugada.
Un “DÏA” ¿ Cuándo?, ¿ Quizás mañana?
Ojalá cuando vuelva no encuentre tu
corazón abierto y mi sueño desvanezca en la mañana.
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